TEMA

TEMA CAMINS DE FUTUR

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?

Martín Gelabert

El interrogante del titulo quiere ser un contrapunto al conocido refrán que dice que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Hay quien dice que el origen de este dicho hay que buscarlo en Jorge Manrique, en Las coplas a la muerte de su padre: “Cuan presto se va el placer, / cómo, después de acordado, / da dolor, / cómo a nuestro parecer / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”.


Probablemente el poeta no quiere decir que el pasado fue mejor que el presente. La prueba es la forma como comienza el famoso refrán: “como a nuestro parecer”. Nos parece que es así, pero no lo es. El contexto del poema nos ratifica en esa opinión: “si juzgamos sabiamente” comprobaremos que el presente es fugaz y que lo mejor es “lo no venido”. Manrique era creyente y esperaba un futuro infinitamente más duradero que el pasado.


El refrán es mucho más antiguo. Se encuentra en el Antiguo Testamento. Un sabio de Israel cita el dicho no para aprobarlo, sino para criticarlo: “No digas: ¿cómo es que el tiempo pasado fue mejor que el presente? Pues no es de sabios preguntar sobre ello” (Ecl 7,10). El sabio no dice que el tiempo pasado fue mejor. Lo mejor es ser justo y vivir sabiamente, o sea, con prudencia, sensatez y espíritu de servicio: “la sabiduría da más fuerza al sabio que diez poderosos que haya en la ciudad” (Ecl 7,19).


Los humanos nos pasamos la vida lamentando lo que hemos perdido, lo que no tenemos y nos gustaría tener. Nunca estamos contentos con el presente. Por eso, a veces, idealizamos el pasado y lamentamos su pérdida. Este querer volver al pasado, en donde sin duda éramos más jóvenes, pero no necesariamente más felices ni más buenos, nos hace conservadores. Queremos conservar lo que tenemos, porque no estamos muy seguros de que el futuro vaya a deparar algo mejor.


La situación actual del mundo, la crisis sanitaria desencadenada por el covid-19, la corrupción de algunos dirigentes políticos y eclesiásticos, no ayuda a pensar en un futuro mejor. A este respecto me han parecido acertadas estas palabras del Papa en Fratelli tutti: “pasada la crisis sanitaria, la peor reacción sería la de caer aún más en una fiebre consumista y en nuevas formas de autopreservación egoísta”. Sabías palabras, pues en el fondo, lo que deseamos es que esto acabe para regresar a la “normalidad del pasado”, a que todo sea como antes. Unos buscan esa normalidad para volver a sus juergas y diversiones. Otros para ocupar todos los bancos de sus parroquias. Otros para que el comercio regrese a sus niveles anteriores.


De una u otra forma, pensamos en volver al pasado. No nos damos cuenta de que es importante construir un futuro distinto y mejor, en el que podamos integrar lo bueno del pasado, pero superándolo desde el amor y la solidaridad, desde la preocupación por el hermano. Vuelvo a citar lo que el Papa dice sobre esta pandemia: “ojalá no se trate de otro episodio severo de la historia del que no hayamos sido capaces de aprender. Ojalá no nos olvidemos de los ancianos que murieron por falta de respiradores, en parte como resultado de sistemas de salud desmantelados año tras año. Ojalá que tanto dolor no sea inútil, que demos un salto hacia una forma nueva de vida y descubramos definitivamente que nos necesitamos y nos debemos los unos a lo otros, para que la humanidad renazca con todos los rostros, todas las manos y todas las voces, más allá de las fronteras que hemos creado”.


Adivinar el futuro de la sociedad y de la Iglesia no es fácil, porque las realidades concretas cambian de un día para otro. Pero, en líneas generales, estoy convencido de que, al menos en los próximos años, las cosas van a seguir más o menos igual. Cambiarán los gobiernos, pero no cambiarán las claves económicas que rigen esta sociedad. Solo podemos aspirar a un futuro mejor si cambiamos nosotros, si dejamos atrás nuestros egoísmos y nos acogemos como hermanos, en línea con lo que ha dicho el Papa en su última encíclica. La fraternidad es la clave de todo futuro mejor.


Lo que digo de la situación social y política, vale también para la Iglesia. Yo no veo venir grandes cambios. El número de creyentes “practicantes” (lo digo así para que se me entienda, porque creyente y practicante es una tautología: todo buen creyente es necesariamente practicante) está estabilizado. Seguirá habiendo clérigos “aprovechados” (por decirlo de forma suave). Los ha habido siempre. Ahora estamos más informados y, por eso, o bien somos más críticos o bien estamos más decepcionados. Y seguirá habiendo cristianos (religiosas, sacerdotes, laicos) coherentes, de los que se hablará poco, pero que son los que en realidad hacen Iglesia.


A nivel eclesial, de cara a los próximos años sería bueno un incremento de la sinodalidad. Me parece que el ambiente empieza a estar preparado para ello. Sinodalidad va más allá de preguntarse si los Sínodos convocados en distintas diócesis y aplazados por la pandemia, siguen siendo necesarios. Sinodalidad es buscar estructuras en las que todos los sujetos eclesiales puedan participar y ser escuchados.


Sinodalidad es el modo de ser Iglesia, pueblo de Dios y comunión de hermanos. Sinodalidad que empieza por la vida parroquial, revalorizando el consejo pastoral y el consejo de asuntos económicos. Sinodalidad que supone escucha y diálogo para el discernimiento comunitario. “El Pueblo de Dios en su totalidad es interpelado por su original vocación sinodal”, ha afirmado recientemente la comisión teológica internacional. Este camino sinodal abriría perspectivas de futuro, lograría mover a muchos cristianos un tanto pasivos e ilusionaría a todos.


Lamentar el pasado no es bueno. Hablar de futuro puede ser ilusorio. Importa el presente. Para el cristiano, importa descubrir en cada persona la presencia de Cristo que reclama nuestro amor, y en cada acontecimiento la oportunidad de construir el reino de Dios. Hace unos años, un Papa pidió perdón por los pecados pasados de la Iglesia. A mi lo que me preocupa es que un Papa futuro tenga que pedir perdón por los pecados presentes de la Iglesia.

TEMA CAMINS DE FUTUR

Memòria del futur

X. Garcia Roca

El futur es construirà amb les experiències de deveres viscudes enguany com a estat d'excepció. L'era cristiana es va originar sobre l'experiència de l'emergència de la novetat, que va invalidar les normes i pautes de conducta de la seua època, va suspendre el temps per a començar l'any zero del calendari, va invalidar les formes dominants de convivència amb nous protocols de salut –les benaurances–, es va comprimir l'espai en un llogaret des d'on s'estendria a la humanitat –Betlem–,va aparéixer una cosa inèdita que encara ens sorprén –l'anunci dels àngels–, i va caure el vel que ocultava els ídols –la crisi del temple. La pandèmia és un esdeveniment similar que ha tingut el poder de suspendre el temps –confinament–, ha constret l'espai –distancia social–, ha donat la volta a quants ens vam creure segurs –incertesa–, ha trencat la normalitat de la vida –màscara–, i va caure el vel de la irracionalitat –res serà igual després de la pandèmia. El virus amb corona ens ha situat durant llargs mesos en situació d'excepcionalitat que ha posat potes enlaire el que semblava sòlid i ha arrossegat el que no mereixia conservar-se. Si la labor de les primeres comunitats cristianes va consistir a construir el futur a la llum de l'excepcionalitat de Jesús, ens toca a nosaltres identificar les experiències de debò que inauguren un futur nou.


La raó vulnerada

Una experiència autèntica en el principi de l'epidèmia, que obri simbòlicament la memòria del futur, es va representar a la plaça de Sant Pere, a Roma, un divendres de Passió al final d'abril. Quan Itàlia tenia la taxa de mortalitat més alta del món, i el virus amenaçava estendre's per tot el món, el papa Francesc va decidir oferir una benedicció Urbi et Orbi. Era una nit fosca, sota la pluja torrencial, un home vell, cansat i coixejant, va travessar la Plaça buida, sense multituds ni pompes com ens tenien acostumats els papes, despullat de tot signe de poder, i mirant en les ombres es va agenollar en oració i va beneir el món. Eixe home representava la humanitat sencera i era amb tota propietat el vicari de Crist, que carregava sobre la seua esquena el dolor del món.


La foscor d'aquella nit es va revelar com una experiència verdadera. Fosca és la malaltia en l'origen, fosca en la seua transmissió, fosca en la seua resolució. Vam aprendre a viure amb enigmes, que romanen malgrat els científics, experts i investigacions. No sols hi ha enigmes provisionals que s'aniran superant, sinó misteris sobre la vida i la mort, sobre l'atzar i la necessitat, sobre el poder i la fragilitat. L'enigma pot resoldre's per la raó científica, el misteri no és una situació transitòria, ja que ningú pot escapar a la pregunta de per què ha succeït esta tragèdia universal i per a què ha servit tant de sofriment quan és sabut que és una injustícia que no servix per a res, ni tan sols té finalitat. I els qui intenten eixir de la foscor amb invocacions a Déu castigador van ser declarats «xerraires» per Jahvé en el relat bíblic de Job. Ja que l'única voluntat de Déu és que l'home visca. Els creients hem de suportar moltes preguntes sense resposta. I ens conformem a saber que és un temps de prova, de ruptura, de revelació que ens situa davant l'elecció entre continuar sent anormals o trencar amb les coses velles. En paraules de Fratelli tutti: «Amb la tempestat, va caure el maquillatge d'eixos estereotips amb què disfressàvem els nostres egos sempre pretensiosos de voler aparentar; i va deixar al descobert, una vegada més, eixa beneïda pertinença comuna de la qual no podem ni volem evadir-nos; eixa pertinença de germans» (n. 32).


La política vulnerada

Una experiència autèntica ha consistit a saber que anem tots en la mateixa barca i ningú per si mateix en solitari pot previndre, cuidar i tractar la salut individual i col·lectiva; Covid-19 va despertar durant un temps la consciència de ser una comunitat mundial que navega en la mateixa mar, on el naufragi d'un perjudica a tots, ja que ningú se salva sol, que únicament és possible salvar-se junts. Hem experimentat l'error de quedar atrapats en el vell dilema societat-Estat i l'esterilitat de la mentalitat suma zero: com més autoritat menys llibertat, com més protecció pública menys atenció familiar, com més legislació menys iniciativa social, com més individu menys comunitat, com més drets menys generositat, com més autoritat menys llibertats. El futur no es construirà sobre l'exclusió sinó sobre la col·laboració; caldrà potenciar l'Estat i la responsabilitat personal per a la defensa dels últims i escut protector davant els genets de l'apocalipsi: la fam, la guerra, la mort, la ignorància i la malaltia. Les «famílies de bona posició econòmica, reben bona educació, creixen ben alimentats, o posseïxen naturalment capacitats destacades. Ells segurament no necessitaran un Estat actiu i només reclamaran llibertat. Però evidentment no és adient la mateixa regla per a una persona amb discapacitat, per a algú que va nàixer en una llar extremadament pobra, per a algú que va créixer amb una educació de baixa qualitat i amb escasses possibilitats de curar adequadament les seues malalties. Si la societat es regix primàriament pels criteris de la llibertat de mercat i de l'eficiència, no hi ha lloc per a ells, i la fraternitat serà una expressió romàntica més» (Fratelli tutti, n. 109).


El temple vulnerat

El temple, com a lloc de culte, s'ha vist, igualment, sacsat per la pandèmia. Defendre la vida exigia evitar la concentració del temple. I hem viscut una experiència de deveres que ve de Jesús quan Jesús va mostrar el seu distanciament del temple en resposta a la dona samaritana: «Els nostres pares van adorar en esta muntanya, en canvi vosaltres, jueus, dieu que el temple en què s'ha de donar culte a Déu està a Jerusalem». A això Jesús va respondre que «està arribant l'hora en què, per a donar culte al Pare, no haureu de pujar a esta muntanya ni anar a Jerusalem, sinó adorar en esperit i en veritat» (Joan 4,19-23). La salut s'ha residenciat més a la casa que al temple, més en la interioritat que en l'exterioritat, més en la intimitat que en el rigor institucional. I així s'han ampliat els espais sagrats, i s'ha popularitzat que fora del temple hi ha salvació.


Quan va ressuscitar d'entre els morts, van recordar els deixebles que el temple es reconstruiria sobre el seu cos, un cos que representava a tots els cossos ferits. I així Déu ha passat per la pandèmia com a afectat, en la mesura que l'afecta el sofriment. El temple es va fundar per a conjurar la Gran Pesta que ho destruïa tot segons conta 2 Sam, 24. I des d'allí, Déu cuidaria dels empestats. Jesús, en canvi, va eixir al carrer per a acompanyar els embogits, leprosos i exclosos. Hui la vacuna de la ciència és important en un temps de pesta, però cal una vacuna o força superior d'humanitat, que Francesc anomena sabor de fraternitat i amistat social. I mostra que cadascú de nosaltres podem ser els vicaris de Crist, si carreguem sobre nosaltres aquells que són crucificats per les circumstàncies de la vida, pels sistemes econòmics, socials i polítics, per les soledats no estimades, per l'abandó i la ruptura de vincles familiars i socials.



I després d'esta desconstrucció del temple, ressorgirà la pregunta que planteja Boris Cyrulnik en Psicoteràpia de Déu (2018), «¿Podem ignorar hui a set mil milions de sers humans que es dirigixen a Ell cada dia, senten la seua proximitat afectiva, temen el seu judici i es reunixen en magnífics llocs de culte anomenats esglésies, mesquites, sinagogues i altres temples?» I arribarem a comprendre «per què el fet d'entrar en una Església podia sanar un trauma, calmar una angoixa i esborrar les imatges de l'horror». Pressentirem per què en la pandèmia es va orar i es va pregar a Déu per la salut i per aquells que la cuiden.


Share by: