INTENCIONS DEL PAPA

INTENCIONS DEL PAPA Octubre

La acción de Jesús a través de los suyos

Rafael Vicente Ortiz Angulo, profesor en la Universidad Católica de Valencia

Recemos para que cada bautizado participe en la evangelización y esté disponible para la misión, a través de un testimonio de vida que tenga el sabor del Evangelio.


Así reza la intención que el Papa Francisco propone orar y actuar este mes de octubre. Su expresión se caracteriza por la sencillez de aquello que arraiga en lo profundo. Formulada con simplicidad encierra toda la fecundidad de una teología radicalmente conciliar, la Teología del Pueblo.


Ser discípulo de Jesús y estar llamado a la misión de evangelizar son dos condiciones que se dan inextricablemente unidas, sin posibilidad de disociación alguna. Solamente quien consagre su vida a la evangelización, desde la propia conversión al Evangelio, puede llamarse discípulo. Y, por esta misma razón, nadie que no sea auténtico discípulo puede recibir la gracia de la misión de evangelizar y hacerlo con autenticidad.


Bien entendido, el sujeto paciente “cada bautizado” no expresa sin más una generalización que apela a la totalidad de miembros de la Iglesia.


Examinada con detenimiento, dicha expresión, remite a algo más profundo: el sacerdocio común de los fieles. Antes que laicos, diáconos, presbíteros, obispos o religiosos los cristianos, por la gracia del bautismo, somos configurados en Cristo y participamos de su triple misión de sacerdote, profeta y rey. Participamos, porque solamente Él ostenta total y absolutamente cada una de estas tres funciones. Así, configurados en Cristo, queda fundamentada nuestra vocación misionera que es constitutiva de nuestra cristianía.


Recordemos que el NT reserva la designación de “Sacerdote” solamente para Jesús. ¿Pero de qué sacerdocio se trata? En su contexto histórico Jesús fue un laico pues no optó por el sacerdocio ligado al Templo para realizar su misión. Es de gran significación al respecto que, tras su muerte, el velo del templo se rasgó revelándonos el único y verdadero Dios que salva: el “Dios con nosotros”, el Dios que, liberado de la reclusión en los templos mundanizados, hace inmanente su absoluta trascendencia. En Jesús Dios hace de la historia y de la creación su único templo porque es el Señor de la historia y lo creado. En Jesús Dios muestra su poder a través de la vulnerabilidad, su vida transcurre entre el pesebre y la cruz, su reino no es de este mundo, su existencia es auténtica profecía. Este fue el programa de su misión y este debe ser el programa de la misión de sus discípulos.


En el Concilio Vaticano II queda totalmente asumido que el apelativo “sacerdote” solo puede ser referido con propiedad a Jesús. Sin embargo, es un hecho que ha terminado utilizándose, con cierto sesgo inapropiado, para designar el servicio presbiteral. Tal hecho muchas veces va unido a cierta clericalización eclesial esquiva de la eclesiología conciliar orientada al aggiornamento que Juan XXIII perseguía y que los padres conciliares supieron traducir en textos impregnados de la sabiduría del Espíritu.


Efectivamente, todos los bautizados estamos llamados a evangelizar según la misión que, por vocación específica, se nos encomienda formando un solo cuerpo, el Cuerpo con el que hoy históricamente Cristo elige hacerse presente en el mundo: la Iglesia.


Consecuentemente, la misión evangelizadora no puede realizarse si no es desde la comunión que ha de arraigar y se ha de expresar en la fecundidad de la sinodalidad. Es Cristo mismo, el único Maestro, que presente en medio de la asamblea como promete en Mt 18, 20, nos envía a cada uno en misión más allá de la necesaria mediación magisterial, pero, al mismo tiempo, a través de ella.


Siendo consecuente con lo expuesto hasta el momento debemos llegar a la conclusión de que solamente podemos cumplir la misión de evangelizar haciéndonos personalmente accesibles al Evangelio y dejándonos transformar por él, en expresión de Benedicto XVI, performándonos según el Evangelio. Y quien se deja modelar con docilidad por la gracia se transforma en Cristo para los demás. Justo a esta conclusión llegaron los místicos renanos, especialmente el maestro Eckhart. Quizá sea el momento de repensar en perspectiva histórica la actualidad de la sentencia de K. Rahner: “el cristiano del siglo XXI será un místico o no será”. Porque, quizá solamente un cristiano de estas características puede, como se pide en la oración, ser “partícipe de la evangelización” y estar “disponible para la misión” tal como Dios demanda hoy a la Iglesia. Evidentemente, esto no es posible sin la fuerza de la gracia que se recibe por la acción del propio Cristo a través de los sacramentos, en especial la Eucaristía centro de la vida y unidad de la Iglesia.


Iglesia que, como nos enseña el Concilio Vaticano II, es pueblo de Dios en marcha. Un pueblo sacerdotal, de reyes y profetas en la medida que su marcha discurre en aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. Pues, incorporados a él por la gracia del bautismo, todos sus miembros están llamados a ejercer el sacerdocio dando la propia vida en la consagración del mundo a Dios, a ejercer su realeza en la superación de las seducciones de la mundanidad y a ser profetas para la construcción de un mundo nuevo en el que la justicia y la paz se besen y el amor y la unidad se realicen. Es la respuesta a la petición que el Hijo realiza al Padre, ut omnes unum sint, y que estamos llamados a dar impulsados y sostenidos por la gracia del Espíritu.


Nadie puede ejercer una misión evangelizadora sin haber sido evangelizado antes. No es posible anunciar el evangelio sin antes haberlo acogido en primera persona y haberse dejado transformar por él. Porque evangelizar de veras excluye las dinámicas del poder y la imposición, propias de los reyes de este mundo. El estilo de Jesús, el único a través del cual se hace posible evangelizar, se inscribe en la donación gratuita de sí mismo, el servicio y la actitud propositiva que espera humilde y pacientemente adhesión. Se trata de reproducir y extender el coloquio que Dios realiza con la humanidad y que Pablo VI expone brillante y fecundamente en su encíclica Ecclesiam Suam, la llamada encíclica del diálogo. En ella se propone una dinámica en la que la actitud de los seguidores en el diálogo se configura según las características que San Pablo otorga a la caridad en 1Cor 13.


Teniendo en cuenta el hilo argumental que venimos manteniendo, conviene advertir una distinción importante para la comprensión de en qué consiste la acción de anunciar el Evangelio. No es lo mismo anunciar, pronunciar y enunciar. Efectivamente, en muchas ocasiones dichas acciones se confunden y el anuncio es remplazado por meros pronunciamientos o enunciaciones. No siempre que la Iglesia o los miembros de la misma se pronuncian estamos realizando un anuncio del Evangelio al estilo evangélico. De igual modo, un enunciado por sí mismo no evangeliza. El anuncio requiere de la coherencia entre lo que se proclama y lo que se vive o, dicho de otra manera, lo proclamado ha de manar de la vida de quien lo proclama. Solamente así el anuncio es auténtico anuncio, de lo contrario se cae en una contradicción performativa que minimiza o anula su credibilidad. Desde aquí cobra especial perspectiva el segmento de la oración que el Papa Francisco nos propone: “a través de un testimonio de vida”.


Cuando hay coherencia entre la vida y lo que se propone el anuncio se convierte en profecía. Pero el anuncio profético nunca es neutral, el anuncio siempre implica denuncia y renuncia. Denuncia de la injusticia, aunque, en el seguimiento del Maestro, no se condene al injusto sino que se le acoja en una justicia sublimada en misericordia. Renuncia a uno mismo, al éxito social, porque la lógica del reinado de Dios es incomprensible para la lógica de los poderes de este mundo.


Hace reflexionar el énfasis y la matización esencial que supone pedir que ese necesario testimonio de vida “tenga el sabor del evangelio”, porque dicha petición supone el reconocimiento de que el cristiano ha de incorporar a su vida el Evangelio desde la fruición. Por otro lado, el término sabor aporta una connotación típicamente evangélica pues solo desde el Evangelio hecho vida en primera persona se puede ser sal de la tierra. No basta un sí fríamente racional, el sí del cristiano ha de ser el fiat de María que engendra Jesús en ella. Preñado de Jesús el tono de la voz con la que realiza el anuncio y el tacto con el que realice sus obras ha de trasmitir, por desborde, la ternura del misterio que lleva en las entrañas.


Por último, está bien que recordemos que Frédéric Fornos sj, director de la Red del Apostolado de la oración del Papa señaló en una entrevista que las intenciones del Papa de 2021 tienen como punto de partida “la gracia de vivir en plena fraternidad con los hermanos y hermanas de otras religiones”. A este propósito, siguiendo en la tesitura de la teología del pueblo sustentada en el Concilio vaticano II, es interesante recordar que si bien la Lumen Gentium reconoce que quienes pertenecen al pueblo de Dios son los bautizados, no por ello quedan fuera de él los que pertenecen a otras religiones e incluso tantos que, teniendo buena voluntad, se reconocen no creyentes, pues “ellos se ordenan al pueblo de Dios de diversas maneras” (LG, 16). La Iglesia es sacramento universal de salvación.



Por lo tanto, sería una acción de gran significación pastoral que esta sencilla y profunda oración propuesta por el Papa Francisco para este mes de octubre fuera adaptada pertinentemente y rezada, en alguna ocasión al menos, en asamblea interreligiosa. Animamos a ello.

INTENCIONS DEL PAPA Novembre

Las personas que sufren depresión

Ricardo Díaz Calleja, militante de la HOAC en Valencia

Recemos para que las personas que sufren depresión, agotamiento extremo, reciban el apoyo de todos y una luz que les abra a la vida.

Intentemos pues, además de rezar, aportar un apoyo y una luz que les abra a la vida.


Empezaremos por un sencillo ver.


Recuerdo que hace unas pocas decenas de años, un familiar lejano, no carnal, sufrió una depresión de la cual falleció poco después. El motivo de la depresión fue que le cambiaron de puesto de trabajo a otro de más categoría pero alejado de su casa de forma que le impedía ir a dormir a ella todos los días como venía haciendo o le obligaba a cambiarse de domicilio desde el pueblo donde vivía a la ciudad donde le habían destinado. El diagnostico en lenguaje técnico fue un síndrome maníaco depresivo.


Entonces no se diagnosticaban muchos casos de depresión clara por una u otra causa y se hablaba poco de las personas que sufrían de ese mal. Sin embargo, con la generalizada inestabilidad en que nos hacen vivir, y en particular con la progresiva flexibilización de las condiciones de trabajo, que convierte al trabajo en indecente, las crisis depresivas se han vuelto moneda corriente. Lo que para algunos puede ser un simple incomodo, para otros puede llegar a producirles la muerte. Sin entrar en consideraciones médico-técnicas, la depresión es el vivo ejemplo de cómo un destrozo mental puede inducir una destrucción física. Concomitantemente, parece que es en las sociedades más opulentas (en términos económicos, aquellas en las cuales los ciudadanos disfrutan de mayor renta per cápita), donde se producen más casos de depresión. Son las sociedades en las que el sistema neoliberal está más desarrollado. Eso nos da una pista para nuestro subsiguiente juzgar que será necesariamente un poco más largo.


Hará cosa de un centenar de años Walter Benjamin dijo que hay que ver en el capitalismo una religión, en el sentido de que sirve a la satisfacción de las mismas necesidades e inquietudes a las que daban respuesta las antiguas religiones.


Hay varios rasgos que se reconocen en esa estructura religiosa. En primer lugar, se trata de una religión de puro culto. Todo tiene sentido en ella por su relación inmediata con el culto. La propaganda comercial no introduce el culto, sino lo celebra. “Lo perfecto es posible”, dicen. Por supuesto se trata del culto permanente al dinero con toda la pompa sacral que le acompaña.


Pero lo importante, es que se trata de un culto no expiatorio, sino culpabilizante.


¿Porqué? A causa de las deudas impagables que impone esa forma religiosa. En el idioma alemán hay una sola palabra para deuda y culpa. El derecho irrestricto a la propiedad, en contra de lo que dice la reciente Doctrina Social de la Iglesia, y la obligación de cumplir con los contratos (incluídos los hipotecarios, por supuesto), junto con el cobro de intereses sobre el uso de la propiedad ajena (fenerismo, de acuerdo con Guillermo Rovirosa) completan el marco expiatorio de esa nueva religión.


Una deuda impagable conduce a una situación sin salida, y una situación sin salida conduce a la culpabilización. Las preocupaciones, que son una enfermedad del espíritu propia de la época capitalista, son el síntoma de esa conciencia de culpa producida por la ausencia de salida. Se trata de un verdadero cul de sac y por tanto de una situación que conduce a un estado mundial de desesperación religiosa. En esa religión no se propone cambiar a la persona, sino despedazarla.


Incidentalmente, ese tránsito del hombre por la casa de la desesperación en la más absoluta soledad es precisamente el ethos que determina el superhombre de Nietzsche.


Pasemos ahora a la teología de la deuda y de la culpa asociada a tal deuda, la cual no por ser religiosa deja de ser a la vez política.


Empezaremos constatando que en la misma Biblia, también se reportan casos de depresión. Por ejemplo el profeta Elías sufrió una depresión cuando huía de las garras de la malvada reina Jezabel que se había prometido a si misma acabar con la vida del profeta (1Reyes 19, 4-8). Pero Dios no estaba dispuesto a prescindir de su profeta y le sacó del atasco mental en que se encontraba Elías, incluso deseándose la muerte, por un procedimiento puramente material: una sana alimentación. La teología cristiana descubríó mucho más tarde en aquel alimento una premonición de la Eucaristía.


Por otra parte, en los evangelios no aparece un solo caso de deuda que no sea perdonada, desde el caso del administrador corrupto que perdonó deudas por su cuenta (y riesgo, aunque al final la estrategia le salió bien) (Lc. 16, 1-8), hasta el del rey que quiso ajustar cuentas con sus deudores y acabó perdonando todas esas deudas porque eran impagables (Mt. 18, 23-35). Una buena razón, que ha reaparecido en la moral cristiana bajo la formulación de que no se puede pedir lo que es imposible de cumplir.


La teología de la deuda y de la culpa que le es concomitante aparece de forma expresa en el padrenuestro (Mt. 6, 12) de la cual el texto citado de Mateo 18, es como la explicació i relació de la falla, de acuerdo con nuestras más puras y consistentes tradiciones. En la teología cristiana de la deuda, las deudas no se pagan, pero hay condiciones. Las deudas, en efecto, se perdonan, pero este perdón presupone haber perdonado antes las deudas a nuestros deudores. Se trata del único caso conocido en que la persona perdonadora consigue torcerle el brazo a ese Dios justiciero que a veces nos imaginamos. En el presente contexto, deudas son todas las obligaciones, es decir, todas las leyes constituyen deudas y por lo tanto culpas. Eso es lo que Jesucristo cancela a perpetuidad. Podríamos recurrir a aquel fabricante de tiendas llamado Pablo de Tarso para justificar lo dicho pero eso nos alejaría de nuestra línea discursiva.



Por lo demás nuestra deuda con Dios es impagable, pero Jesús no propone nunca pagar deuda alguna con Dios con su muerte o con su sangre porque en tal caso la deuda se trasladaría a aquellos que no aceptaran la redención ofrecida por Cristo (no confundir con los que no van a misa los domingos, que son la mayoría). Tampoco propone que paguemos con nuestra sangre la deuda infinita con Dios, puesto que, como se ha dicho, eso es imposible


Sin embargo, en el contexto de redención cruenta, aparece una inversión que conviene destacar. Cuando el rico impone sobre las espaldas del pobre el yugo de una deuda impagable aún a costa de su sangre, es decir de su vida, es el rico el que sin quererlo está siendo hipotecado porque es la sangre del pobre la materia prima de la redención del rico y eso porque la deuda del rico hacia el pobre es también impagable. Algún que otro banquero debería pensar en ello cuando rece el padrenuestro (si es que todavía lo hace).


Actuar. (Acción de gracias)


La consecuencia inmediata de la teología cristiana de la deuda es sin duda una buena noticia que puede aportar una luz que les abra a la vida a los enfermos de depresión, de acuerdo con lo que dice el Papa. Se trata de una propuesta de insumisión frente al pago de las deudas. Por eso, aunque todos pecaron (Rm. 3, 23), (los que exigen el pago de las deudas tanto como los que sumisamente las pagan), todos son justificados por el don de la gracia, en este caso, el impago de la deuda (Rm. 3, 24). Es en ese sentido y por esa declaración de insumisión, que la curación mental de la desesperación a la que conduce la depresión y la remisión del pago de las deudas, confluyen en la salvación que ofrece Jesucristo.

INTENCIONS DEL PAPA Desembre

Una multitud de voces claman en el desierto

Bernardo Pérez Andreo, profesor ordinario de Teología del Instituto Teológico de Murcia

Los datos últimos del Instituto Nacional de Estadística muestran un dramático descenso de las personas que se manifiestan creyentes en España. Desde el año 2000 el descenso es progresivo y sistemático, en todas las edades. En conjunto, el porcentaje de quienes se consideran creyentes ha descendido del 80% inicial a poco más del 50% actual. Especialmente preocupante es el dato entre los menores de treinta años; un 80% se considera ateo, agnóstico o indiferente. De seguir así, los próximos veinte años pueden suponer la reducción de los que nos manifestamos creyentes a una minoría irrelevante. España ha dejado de ser un país atípico en Europa, donde las tasas de creyentes están netamente por debajo del 20%. Hemos pasado del “creer sin pertenecer” al simple no creer. En unos pocos años nos veremos ante la situación de luchar por sobrevivir en medio de la sociedad. Nuestro mensaje resulta cada vez más irrelevante para una buena parte de los que nos rodean y apenas podemos hacer valer nuestra fuerza en sectores con público cautivo, como la educación concertada o las universidades católicas. O bien, reduciendo la presencia eclesial a los actos sociales aún vinculados con la Iglesia, como fiestas patronales, procesiones y actos de cortesía social. Ni siquiera los sacramentos son ya instrumento de anuncio de la fe, pues solo el 20% de las parejas se casan canónicamente y el número de bautizos y comuniones desciende paulatinamente. No se trata del fracaso de un modelo de ser creyente en occidente, únicamente. El fracaso eclesial es generalizado, la sacramentalidad de rebaño, remanente de la Iglesia de cristiandad, ha fracasado. La catequesis no es un instrumento de instrucción eficaz, pues ni llega a muchos ni lo que llega puede ser considerado propiamente la vivencia de la fe.



El Papa Francisco ha dedicado sus intenciones de oración, precisamente, a los catequistas, para que sean testigos de ella con valentía, creatividad y con la fuerza del Espíritu Santo. En estos tiempos, cada creyente ha de ser catequista de sí mismo, de su familia, de su grupo de amigos, de su trabajo, de los grupos de whatsapp, de las redes sociales, de la vida que le rodea. Todo creyente está llamado a proclamar con su vida el anuncio de la Buena noticia que es el Reino de Dios por el que Jesús dio su vida. Probablemente este sea el signo de los tiempos: que cada persona que dice creer en Jesucristo lo muestre con su propia vida, que todos seamos mártires a tiempo completo, demostrando en nuestras elecciones vitales lo que supone seguir a Jesús, vivir eclesialmente, comprometerse con el Reino de Dios.


Se acercan tiempos difíciles donde los verdaderos creyentes habrán de mostrarlo cada día, sin apologías de la fe que están caducadas hace mucho tiempo, viviendo el Evangelio que es Buena noticia en nuestras vidas. Esa es nuestra misión, por eso todos y todas somos catequistas, llamados a ser testigos, como nos dice Francisco, con la fuerza del Espíritu Santo. Remedando al profeta, en estos tiempos habrá una multitud de voces que claman en el desierto.

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